Una amiga mía me contaba algo que
le había pasado con sus hijos, que se me hizo familiar con lo que nos ocurre a
menudo en nuestra vida personal y laboral. Cuando después de hacer repetidas
veces un favor, nos lo terminan demandando como si fuese algo a lo que estamos
obligados. E incluso el día en que no podemos o no nos apetece hacerlo se nos
castiga por ello.
Ella solía llevar el desayuno a
sus hijos los días de fiesta a su habitación, durante años lo había hecho y un
domingo de pronto sus hijos le reclamaron que qué pasaba con el desayuno que se
estaba demorando. En esos momentos ella les dijo: “No lo habéis entendido yo
hacía esto porque me gustaba, era un favor, aunque suponía un esfuerzo a mí, me gustaba hacerlo, pero vosotros habéis
supuesto que es una obligación que tengo como madre y me lo estáis exigiendo y en
esta apreciación estáis completamente equivocados. Así que a partir de este momento como no
habéis sabido apreciar el detalle dejare de hacerlo.
A mi esta anécdota se me antojó
como una moraleja de la vida. Cuantas veces en el trabajo dentro del equipo
tenemos a alguien que siempre hace su trabajo y cualquier esfuerzo adicional
que sea necesario y otros que no hacen ni siquiera lo que deben. Cuando tenemos
algo urgente y adicional que hacer nos dirigimos al trabajador diligente y le
pedimos que se encargue de esta asignación confiados en que dirá que sí. Y eso
sucede una y otra vez. Ninguna de esas ocasiones nos vamos a los otros
trabajadores a pedirles que lo hagan, ni siquiera cuando la asignación sea en
parte una consecuencia de no realizar sus labores cotidianas a tiempo. Y así
vamos sobrecargando a aquellos con los que siempre se puede contar. Hasta que
llega el día en que ya no pueden más, están extenuados, el trabajo excede sus
fuerzas y en ese momento cuando estallan , lo único que se nos ocurre es
echarle una charla diciéndoles lo importante que era que hicieran este trabajo
y peleándoles por no hacer lo que no forma parte de su trabajo y en muchas
ocasiones lo que forma parte de las funciones de sus compañeros.
Quemamos a los buenos y
dispuestos trabajadores, porque con nuestra actuación no corregimos en el
momento a quienes no están haciendo bien su trabajo.
Toda una vida laboral haciendo
favores a los que no estás obligado por contrato y de pronto eres el que llevas
la pelea.
Por supuesto que si buscamos el
origen de esta situación no deseada, tendremos culpa por no saber decir que no,
en algunas ocasiones a los favores que se nos piden y sin lugar a dudas
estaremos perdiendo la visión de lo que es un favor, cuando se los demandamos a
los que nos rodean como si fuesen una obligación.
El secreto tal vez es recordar
que algo que no forme parte de nuestras obligaciones establecidas en un
contrato es una labor extra, un “favor” y que por mucho que se repita un favor
no se convierte en una obligación. Cuando alguien nos hace un favor se le
agradece, cuando alguien no nos lo hace, recordamos que nadie está obligado a
hacer favores, así que tan agradecidos.
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